El melanoma es el cáncer de piel más agresivo. Se puede originar en cualquier parte de la superficie de la piel, e inclusive en algunas mucosas como en la boca, nariz o genitales.

La única manera de tener el diagnóstico preciso es con biopsia, lo que implica quitar la lesión o por lo menos un fragmento para ser estudiada al microscopio.

La posibilidad de éxito en el tratamiento se incrementa en etapas tempranas manejadas con cirugía.

El cáncer basocelular es una transformación de las células basales de la piel, debido al daño que va generando la radiación ultravioleta del sol. Por ello, es más frecuente en las áreas de piel expuestas, como son la cara y el cuello.

Aparece como cambios en la piel, o lesiones que pueden variar en color, tamaño y forma. En ocasiones sangran y se forma costra. Con el tiempo se incrementa su tamaño, y a pesar de ser poco frecuente su diseminación a otros órganos, de no tratarse a tiempo pudiera generar destrucción importante del área afectada.

Para su tratamiento se realizan resecciones amplias de la lesión, que en ocasiones requieren de reconstrucción con colgajos o injertos de piel.
La radioterapia es otra opción de manejo.

Se forma en las células escamosas de las capas media y externa de piel, afectando prácticamente cualquier parte del cuerpo.

La piel clara, una exposición prolongada al sol o el uso de camas solares incrementan el riesgo de presentarlo.

Al igual que los otros tipos de cáncer de piel, el tratamiento con cirugía por el cirujano oncólogo en etapas iniciales ofrece los mejores resultados.

De no tratarse a tiempo, puede generar lesiones de gran tamaño o propagarse a otras áreas del cuerpo, presentando complicaciones graves.